“Reflexiones
de experiencias de la vida”
Llovía
con caudal vertical abundante. El viento corría veloz empujando el
frío hacia mi rostro.
Pensé,
que si bajaba tan solo un grado más la temperatura, aquellas gotas
de agua se convertirían en granizo. El ambiente estaba gélido,
tanto, que en cada exhalación se escribían las palabras de la voz con el aliento. Solo me abrigaba la chupa de cuero negro, que llevaba
colgada a mi espalda más de quince años. Percha perfecta. Se había
moldeado tanto a mi cuerpo, que era como una segunda piel. Mi
cabello, con el pelo enmarañado por los golpes de aire fresco,
soltaba latigazos, mientras se sujetaba sin éxito al pellejo oscuro
gastado de los hombros, para caer de lleno en mis ojos castaños.
Un
viernes de noviembre del invierno gallego. Tenebroso. El reloj de
pulsera, marcaba la octava hora, en la tarde. Las luces de las
farolas iluminaban, débilmente, un edificio de fachada pálida,
donde una placa de metal rezaba; Oficina de Correos. Justo encima, se situaba la
Biblioteca Municipal del Concello de Vedra. Por la ventanas con las
persianas bajas, no se apreciaba ninguna luz.
Allí
me dirigí, cuando le dí la última calada al cigarro liado. Me
castañeaban los dientes, pero aquel humo calentaba un poco mis
pulmones. Me chirriaban las cuerdas vocales. Después de toser con un
par de golpes huecos de pecho, abrí la puerta de grandes cristales y
subí por las escaleras, notando el cambio de temperatura en los
cristales de las gafas, que se empañaron al momento. Crucé otra
puerta de madera en la primera planta, para entrar en la sala donde
se iba a realizar una charla sobre reflexiones de la vida. Estaba
llena de gente. En una mesa, café de pota, leche y rosca. Al fondo
de la habitación, un montón de sillas y mesas formaban una “U”,
acentuada por el cartel que mostraba la portada del libro, donde una
cala blanca, ampliada, parecía susurrarnos un profundo acertijo.
Cuando
la novelista Emily, autora de la obra literaria Calas Blancas,
comenzó la presentación, se rompió todo el hielo que llevaba
acumulado en mi cuerpo. Necesitaba esa reunión, más que olvidar las penas en un
viciado botellón, arropado por los lamentos de vomitivas
experiencias repetitivas. Yo ya lo suponía, pero quería saberlo con la certeza del que está presente.
Intentaría dar mi opinión huraña. Intentaría acercarme a aquellas
personas que compartían conmigo aquel gran momento de concordia,
cordialidad y sentido común.
Actos
de esta envergadura no tienen precio. Hay conciertos que no son tan
intensos. Tan humano, cercano e instructivo. Tan emotivo. Un evento
cargado de vidas, que como yo, ya no son anónimas.
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