lunes, 6 de febrero de 2017

El tercer hijo de un pueblo sin cielo.(6º)

La curva del canlón.


- Le salvaste la vida…- Comentó la doctora al niño que estaba cubierto de sangre.

Una hora antes, aquella mañana primaveral de un Sábado del año 1980, el chaval estaba limpiando la habitación de su hermano mayor. Ya había barrido el suelo, quitado el polvo de los muebles, hecho la cama y doblado la ropa del armario, cuando encontró, entre las toallas del estante superior del ropero, una revista de misterios y leyendas. Se entretuvo, ojeando un artículo que trataba sobre el “Triángulo de las Bermudas”, los “OVNIS” y una extraña niebla que hacía desaparecer barcos y aviones con sus tripulantes. Tenía siete años y ya había terminado de leer los libros de “El hombre menguante”, “La guerra de los botones”, “Tiburón”, “Aeropuerto” , “Los robots del amanecer”, “Cujo”, y “Las Esfinges del Ártico”, de una colección de best seller, que tenía en una pequeña librería en el dormitorio, el primogénito de la familia. Su lectura preferida eran los cómics de “Conan el Bárbaro”, “Tintín” y “Roberto Alcázar y Pedrín”. Lo había hecho en secreto, pues tenía prohibido tocarlos. Solo le quedaba fregar y pasarle un paño húmedo y un papel de periódico seco a los cristales, así, que decidió sentarse en dirección a la ventana abierta, en una pequeña butaca de cuero y madera. Ensimismado en la lectura y unas fotos con dibujos espantosos, en blanco y negro, de aquella publicación de los años 70, no se dio cuenta, de que lo observaba una persona tenebrosa, desde la calle. El silencio se rompió, cuando la anciana comenzó a rezar en murmullos y a marcarse la señal de la cruz, con gestos secos, rápidos y exagerados, por su tórax y rostro.

- Te maldigo… mal nacido, hijo de perra… diablo de las sombras, Satanás. Padre nuestro que estás en los cielos…- La señora, mostró su palidez bajo el paño negro que tapaba su cabello. Su cara huesuda, era un velo de arrugas. Sus ojos hundidos, no mostraban piedad. Solo eran vidrios grises. Su lengua escupía veneno en cada palabra de su idioma mezquino. Cruel y demacrada, dirigía su mal de ojo, hacia el niño rubio que la miraba con vehemencia. Sin miedo, el chico, se incorporó del asiento donde pernoctaba y fue al umbral de la ventana de dos hojas. La madera crujió cuando apoyó sus manos en el quicio.

Era insólito, ver esa imagen. Ese conflicto esotérico de fenómenos anómalos. La eterna lucha contra el maligno. Inquietante. Sobrecogedor el impacto de las fuerzas. Energías y pensamientos en voz baja. Infamias. Una canción compuesta en clave menor, con una letra melancólica como la obra “Domingo triste”, que incita a los suicidios. Tan perturbadores son sus versos, que pueden ser contagiosos, para un amante destrozado, que invita a su novia fallecida, a acudir a su futuro funeral.

- “La muerte es la puerta que se abre para poder de nuevo besarte...”.- Comentaría el enamorado, antes de tirarse al vacío desde el balcón, con una soga al cuello. El cuerpo es la vasija y el alma es el agua que la llena. Mejor no romperla y evitar que se pierda su contenido, que esparcido por las arenas que la absorben, el entorno la evapora hasta la nada.

El niño habló con seguridad y de forma tajante. No le tembló la voz:

- Márchate de aquí… bruja. No volverás a insultar a mi madre. Tus malos aires van rebotados.- Le pronosticó el pequeño. No apartó su mirada. Sonreía.

La señora, desplazándose lateralmente, con desconfianza, miraba de reojo y seguía mascullando ofensas e insultos. Se dirigió a la zona nombrada por los aldeanos como “O Canlón”, un túnel con arroyo, que atravesaba la carretera por el subsuelo, en una curva cerrada con terraplén. Un punto negro. En una ocasión, un coche se salió por exceso de velocidad del carril y se empotró contra la fachada de la casa, en el mismo lugar que estaba ahora el niño. Fue tan violento el choque, que dejó un boquete por el que el vehículo se coló dentro de la vivienda y el morro quedó encima de la cama, entre los escombros. Solo hubo que lamentar daños materiales. Las personas que iban dentro, sufrieron heridas leves, contusiones y un gran susto. Aquel incidente quedaría grabado en las memorias de las personas que fueron testigos, para toda la vida. Se hablaría de eso en tertulias, comidas y demás eventos familiares, durante mucho tiempo. Era un milagro o un cúmulo de coincidencias, lo que habían evitado que el hermano mayor estuviese ahí, cuando ocurrió el accidente.

El niño guardó la revista y se puso de nuevo a limpiar. Dejó la puerta y la ventana abiertas para que todo el espacio se aireara y se secase rápido. Después de guardar la escoba, el recogedor, la fregona, el cubo de agua con lejía, el bote de limpia-cristales, el periódico y los paños secos del polvo, se fue a la huerta a dar de comer “xestas” a los conejos. Cogió el más pequeño, el único de color gris, entre los blancos, y lo protegió en su regazo para acariciarlo. En ese mismo instante escuchó un llanto, seguido de lamentaciones y gritos de alarma. El niño dejó la cría de conejo y salió del cobertizo con rapidez.

- Acudir a mí… socorro, auxilio… acudir…- La voz se iba apagando en un susurro imperceptible, hasta ser tan débil que parecía un chirrido inhumano.

Empezó a correr, saltando los bancales y sorteando con cintas los frutales y las verduras que tenía por delante. Cuando llegó al linde de la huerta, tuvo que coger carretilla para lanzarse por encima de la cuneta y cruzar la carretera sin parar. Solo frenó cuando desde lo alto del “canlón” divisó un bulto negro que se arrastraba por el suelo, junto a la entrada del túnel hecho de piedra, intentando alcanzar la posición desde donde el niño observaba. El joven reconoció a la vieja. La misma que insultaba y amenazaba constantemente a la familia y aún más a la madre, que el tercer hijo tanto amaba. La miró con preocupación, pena y lástima, sin saber que le ocurría, mientras pensaba que podía hacer. En ese momento estaban solos, nadie había acudido a la llamada de emergencia, el pueblo estaba solitario y silencioso. Ni el viento soplaba. De un brinco comenzó a descender hasta que estuvo a su lado. La señora lo agarró por el hombro con la mano ensangrentada y se apoyó en el. Se incorporó como pudo y entre caídas fueron ascendiendo. En el momento que llegaron al borde de la carretera, la señora se desmayó.
De la pierna izquierda, en el lateral interior del muslo, comenzó a brotar sangre a borbotones. Salía disparada con tanta fuerza que le llegó a la cara del niño, duchándolo de arriba abajo. La reacción del chaval, no fue otra que utilizar sus propias manos como apósitos encima de la herida. Hizo tanta presión, que el dedo pulgar se le coló por el agujero y taponó la hemorragia. La señora seguía inconsciente. El niño comenzó a mirar a su alrededor, hasta que por fin, vio venir un coche rojo y le hizo señas con el brazo que tenía libre. El coche pasó de largo. Momentos después, pasó otro de color blanco que paró. Del vehículo bajó una mujer joven de larga melena negra. Su dulce cara se transformó en impresión de sorpresa, cuando vio la escena que tenía delante. Dejó puestas las luces de emergencia y abrió una puerta lateral trasera, por donde introdujo medio cuerpo y agarró un maletín de primeros auxilios.

- Soy doctora, ¿que pasó?- Preguntó al niño, al mismo tiempo que se arrodillaba a su lado. Observó las lesiones y buscó vendas y apósitos de gasa en el botiquín.
- Se clavó la punta de la hoz en la pierna y se cortó una vena. Estaba apañando hierva ahí abajo.- No la miró cuando le contestó.

La doctora apartó la mano del chico que hacía presión en la herida y la sangre saltó al cielo de nuevo. Era una hemorragia muy fea. De nuevo colocó la mano del niño y el dedo como tapón, para sacarse el cinturón de sus propios vaqueros y practicarle un torniquete.

- Ya está, ya puedes quitar la mano. ¿Sabes que eres un chico muy valiente?¿Vives por aquí cerca?.- Le iba preguntando al chaval mientras le inyectaba medicamentos a la anciana para intentar estabilizarla y que recuperase el conocimiento.
- Vivo en esa casa de ahí, la casa de la curva. ¿Se pondrá bien?.
- Si, ahora la voy a llevar al hospital donde trabajo, pero necesito ayuda para levantarla y meterla en el coche.
- Voy a buscar a mi padre…- El joven se incorporó y cuando alzó la vista, vio venir a varias personas en su dirección, entre ellas, a su progenitor. Se quedó allí gesticulando para llamar la atención de que apurasen su paso. El padre era un rostro preocupado y serio.

Entre los dos hombres adultos y la doctora, cogieron a la anciana en peso, y con mucho cuidado, la introdujeron en el asiento trasero. La taparon con una manta, cerraron la puerta y se despidieron. La doctora le dejó un número de teléfono, al padre del chico, para que los familiares pudiesen ponerse en contacto con ella, e informarles del estado de salud y en que planta estaría ingresada su pariente. Antes de arrancar, bajó la ventanilla y dijo en dirección a los aldeanos.

- Le salvaste la vida…y me voy sin saber tu nombre, caminante. Nunca olvidaré este día. Gracias a todos. - La doctora se marchó para siempre. Nunca más la volverían a ver.

La anciana regresó a los tres días del hospital. A los dos meses ya caminaba por su cuenta. Al medio año, ya estaba de nuevo lanzando calumnias y amenazas a la familia del niño que le había salvado la vida. La rutina duraría hasta que la anciana moriría de muerte natural, por la vejez y el desgaste de los largos años de trabajo duro en épocas de hambruna y guerra. Una vida entera entregada a una cierta esclavitud de la historia de nuestras tierras.

El niño era aun pequeño, pero sabía que estaba luchando por algo más grande. No salvaría solo esa vida. Esa historia también seria recordada, por unos con admiración y por otros con envidia. Algunos contarían la realidad y otros la adornarían para bien o para mal. Con el tiempo se convertiría en leyenda y en el cuento del niño, que aparecía en las curvas de los caminos, cuando estabas a punto de morir desangrado en el monte. Un hecho insólito de una época olvidada. Un recuerdo que salta de generación en generación promocionado por el diario ajetreo de las conversaciones del boca a boca cotidianos. La realidad mezclada con la imaginación, a veces, crea historias inciertas. Una manera de distracción que sacia vacíos, en mentes curiosas. Misterios de la creación.

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