lunes, 13 de febrero de 2017

El tercer hijo de un pueblo sin cielo.(7º)

Inmensidad.


Esa madrugada de Febrero, se levantó a las cinco, con el cansancio en el cuerpo. Agotado hasta los huesos. Las noches no eran un sueño relajado continuo, desde ya hacía muchos años. Su espalda le dolía. El cuello estaba tenso. Los músculos como hierro. La sangre le hervía. Un nudo en la garganta, le impedía hablar. En la mente, muchos calvarios. En sus emociones, caos. Lágrimas escritas con la tinta divina del alma. El espíritu se retuerce en un charco subterráneo de entes devoradoras. Oscuridad. La soledad de las guerras internas es brutal. Pura supervivencia. Donde las prioridades echaron raíces, no se paró un instante el miedo. Su voluntad nunca se suicidaría.

Preparó su ropa. Entró en el baño para asearse, afeitarse, cepillarse los dientes y peinar la melena enmarañada, antes de ducharse. Siempre era un momento de mucho frío. El edificio pasaba de los treinta años y la humedad imparable, se había abierto camino desde el tejado a los cimientos. En aquella atmósfera helada, lavó su cuerpo. El vapor calentó unos breves grados la estancia triangular, los suficientes para no sentir al instante el impacto del brusco cambio de temperatura. La cortina de la ducha, provocaba un efecto invernadero templado. El agua resbaló por su nuca, solo le interesaba dejar de oír voces de recuerdos que rebotaban en las paredes de su delicado cerebro. Solo quería silencio.

El péndulo del reloj de madera de pared del pasillo, marcaba un ritmo compulsiva y permanente. Cuando terminó de vestirse, en la habitación donde dormía, Chamán ya lo miraba con entusiasmo, desde encima de la gran cama de matrimonio. Eran las seis. Durante la siguiente hora se dedicó a las tareas del hogar. Mientras barría y fregaba el piso, hizo una colada con el programa de quince minutos y pasó las piezas de tela a la secadora, durante cuarenta minutos acalorados. La rutina había convertido aquel trabajo, en un hábito cotidiano, memorizado con la exactitud y tenacidad de un robot. Todo lo hacía siguiendo un patrón y un orden, para ganar el máximo tiempo posible. Chamán lo esperaba, sin quitarle ojo de encima, atento a la preciosa orden que lo sacará a la calle.

- Vamos, Chamán, vamos a caminar un poco.- Le dijo el Caminante con la correa en la mano desde la puerta del piso. Chamán dió un salto, corrió hacia la salida y se coló entre las piernas del compañero, que ya le iba poniendo la correa al cuello. Normas de convivencia social, para seres racionales. Los dos se miraron, cuando cerraron su hogar.

Se marcharon dirección sureste, siguiendo la carretera comarcal, hacia el monte de La Pena. A unos tres kilómetros, se metieron por una pista forestal en pendiente, después de repostar agua en una fuente cercana. Chamán disfrutó de la libertad de correr sin correa. Los guijarros de cuarzo se desperdigaban por todo el suelo. Los árboles, mojados por las lluvias recientes y mecidos por el viento, acicalaban con sus ramas la corteza de sus hermanastros vegetales. Todo, era un universo de movimientos imprevisibles. El horizonte mostraba su nuevo plan de vida. Las nubes cargadas de rayos y truenos, esperaban imponentes a emboscarlos. No hacía falta ser vidente para pronosticar la tormenta. La lluvia es la artesana y el viento es el artista. La piedra de granito, está tallada con el cincel del clima del fin del mundo. Un lienzo eterno, sin terminar, en su infinito progreso. Un dibujo, continuamente cambiante. El creador de semejante obra, posee el don de conocer la fórmula del ecosistema. Un secreto del misterio de la naturaleza. Ningún lugar de la tierra, continua igual de un día para otro. Siempre es nunca y nunca es siempre.
Para conectarse con el universo, no se va por rutas fronterizas. Viejas culturas cuentan en sus historias, extrañas escenas pasadas, diluidas en la fantasía de las leyendas. No hay nada igual que lo remoto. Árboles encantados que devuelven el daño que les hacen. La venganza del entorno nos rodea en perfecta armonía. Idiomas de la percepción que no están escritas como lenguas . Tampoco están muertas. Abrazar los árboles para sentir su pulso y vibraciones. Su palpitar. Tótenes que nos transportan a otra realidad. Siempre dispuestos a protegernos a todos. En nuestro interior hay un lobo blanco y uno negro, dependiendo a cual alimentes, nacerá lo peor o lo mejor de uno mismo. Una comunión de melodías, callan la opinión de las balas de la desesperanza. Las conspiraciones crecen.

Se pararon a contemplar el este desde una peña gigantesca. La niebla bajaba con prisa por el cauce del río Ulla. En su desembocadura, las lombas de arena parecían balsas a la deriva, que aparecían y desaparecían tras el telón de la espesa bruma. Solo estaban a unos 150 metros de altitud, pero desde allí observaban todo el valle, de Leiro. La playa de “as areas de xinide”, en la ensenada de Rial, donde había aprendido a nadar. Seguía siendo misteriosa y tétrica. Salvaje y virgen a su manera. La playa de la ceniza, llena de visibles rastros de canteras antiguas. Vestigios de marcas del esforzado trabajo de nuestros antepasados. A la falda del monte Palleiro, los petróglifos se esconden entre una maleza intransitable. Los montes de la provincia de Pontevedra, como el de Xiabre, en el Concello de Catoira, cierran la escena paisajista del mirador. Allí estuvieron un buen rato, hasta que la lluvia fue tan intensa, que les impedía ver. Con cada golpe del incesante goteo, su ropa se encharcaba, haciéndose mas pesada y fría. Chamán, disfrutaba recorriéndolo todo y bebiendo en las charcas de agua fresca que iba encontrando en las erosiones de las enormes piedras graníticas. Subieron a lo alto, atravesando el monte por donde había ardido. Todo eran troncos negros, helechos verdes o marrones y pequeños brotes de infinidad de hiervas verdes. Tojos y zarzas eran la alfombra durante todo el sendero a campo a través. Se resguardaron, por fin, debajo de unas rocas que estaban inclinadas de tal manera que formaban un pequeño habitáculo donde se podía estar medio metido de cuclillas. Protegió la mochila como pudo, le preocupaba la humedad en la cámara de fotos. Tuvieron que esperar durante una hora, hasta que pasó lo mas fuerte del temporal. Recordó cuando era un niño y se subía al mirador de hierro que ya no existía. Un mirador enorme, que se veía desde todo el territorio que abarcaba el Concello.

- ¿No tienes frio, e? Eres duro compañero. Hoy no pudimos hacer muchos kilómetros, ya exploraremos otro día con mejor y más tiempo.- Clavó la lanza de madera de roble en el suelo y se incorporó. Las piernas las tenía entumecidas por la postura y sintió calambres. Murmuró un gruñido apagado. A lo lejos divisó un grupo de cinco jabalíes. Una familia.

El fuerte viento, los empujó, como un grandullón que abusa de su fuerza. Se dejaron ir por el cortafuegos cuesta abajo hasta que llegaron a la bifurcación con la pista que los llevaría hacia la cantera que estaba cerca del instituto. De allí a su casa, solo les quedarían quince minutos de trayecto. Llegarían a tiempo, para hacer la comida para su padre. Las excursiones al monte, eran un momento agradable, lejos de la inmundicia, la ruina y el ruido de las guerras que asolan todas las culturas. El patrimonio de la humanidad está en constante peligro. En los costados de la vida, ya se ven las manos del gigante que la estrangula. Como cicatrices en la selva, que está arrasada por la codicia de unos y la pobreza de otros. Tesoros naturales sumergidos en el caos. Terrorismo masivo. Depósitos de déspotas, afinan sus argumentos para prometer un bienestar que nunca llega. En las guerras, no se elige como morir, solo esperas que sea con un tiro certero en la cabeza. Revisemos los genocidios actuales, recordando los que ya pasaron. Las sociedades secretas. La peste negra y la Inquisición. Gobiernos corruptos. Mafias del oro, droga, armas, órganos, esclavos, animales y obras de arte, pululan a su antojo, solo para conseguir el sobre-valorado dinero, que mantendrán protegido en el sótano blindado de una majestuosa mansión. La felicidad se busca de infinitas formas. Caminar es salud.

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