¿Acaso sabes lo que hace, cuando no lo ves, ni lo recuerdas?
Él, agarra sus hachas y trabaja.
Entrena los músculos con cada golpe, y es recia su espalda.
El leñador, corta, rebana, astilla y deja su marca.
Si quiere talar, tala.
No le preocupan las miradas.
Es contemplado por aves y animales.
Corzos, lobos, ratones y murciélagos.
Abubillas, jilgueros, gorriones y cuervos.
¿Acaso importa lo que siente, cuando ni siquiera lo escuchas?
¿Lo visitas, en su casa?
¿Sabes algo…, que no sea nada?
El segador, afila el arma, con una piedra negra gastada.
Con la virtud afinada, apunta y dispara.
Tiene el cuerpo tenso y relajada el alma.
La herramienta, avanza por otra cabeza de madera endurecida.
Con paciencia, retira los tocones y comienza la escena repetida.
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Se quedó trabado.
Estático se quedó.
Miró sus bolsillos.
Nada encontró.
Alzó la mirada.
No vio su tierra, ni su casa.
Exhaló el aliento...
Se lo llevó el viento.
Con un último esfuerzo, se liberó.
Llenó de aire los pulmones y gritó.
Nadie lo escuchó, ni nadie lo ayudó.
Solo, en ese infierno, se resignó.
Se quemaron sus alas.
No volverá a volar.
No volverá a reinar.
Se perdieron sus ganas.
Con ímpetu se incorporó.
Se despegó del barro y emergió del pozo.
Se deshizo de la suciedad que clavaba su cuerpo al mundo.
Comenzó a construir de nuevo un hogar, limpio y puro.
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Así eres hacia fuera…, ¿Como estarás por dentro?
En el rostro de la ventana, se dibujan las intemperies.
Caen lágrimas de óxido, creando sendas por las mejillas.
Se solapan las pinturas de tonos fríos, con sombras amarillas.
Cada astilla del cuerpo, es una púa erizada.
Cada clavo, es una herida abierta en su cara.
Perdió su tiempo…, perdió su fuerza.
Perdió su valor, ganó estar siempre cerrada.
La adornan con miradas de asco, pena, e incomprensión.
Pocos saben la causa, que llevó a su ruina y destrucción.
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