Una
vela en la ventana.
El
pequeño caminante los observaba de lejos, sentado en el tocón de un
alcornoque, mientras escribía una narración para cumplir con la
tarea de los odiados deberes que le mandaban de clase. Tenía una
imaginación extrema, desbordada y creativa. Era fantástico como
cuenta cuentos. Esta vez tendría que leer un relato breve real,
delante de sus compañeros/as de curso. Algo que no le entusiasmaba,
es que tuviese que hacer las cosas por la obligación de unas órdenes
dictadas. Prefería contar las historias cuando el lo decidía. No
así, de pie encima de una tarima, con una profesora que lo miraba a
cada segundo para calificarlo, mas treinta compañeros de frente,
observándolo callados, desde los pupitres, en la paranoia de la
estancia del verde encerado. Además le daban puntos por eso. Era una
actividad de evaluación. Ya lo habían metido en el coro también,
para cantar canciones populares antiguas. Tradiciones para memorizar.
Todo porque lo escucharon tatarear en el recreo, la canción del
emigrante. No sabía la letra original en gallego, porque se la había
escuchado cantar a su madre alguna vez en castellano. Sin darse
cuenta, comenzó a vocear-la, en un brote clandestino de impetuosa
alegría y excitación. Recordó la vergüenza que sentía en público
y se rió. Allí estaba, más o menos, solo.
-“Una
noche en el huerto del trigo, allá en el plácido brillo lunar…
Una
amante lloraba sin tregua, el desdén de un ingrato galán.
Iba
avergonzada y entre quejas decía… Ya en el mundo no tengo a nadie.
Voy
a morir y no ven mis ojos… los ojos de mi dócil bien.
Y
el lamento, repetía… Quién pudiese contigo volar...”-
Afiló
el lápiz con una navaja, sacándole punta rápidamente.
-
El salto del muerto.- Tituló el capítulo con voz melodiosa,
mientras lo comenzó a escribir:
“Cuando
me sucedió lo primero que recuerdo en este tema. Tenía seis años
de edad. Mi hermano, el que me lleva un año, estaba durmiendo en la
cama gemela, cerca de la ventana. Yo dormía en la que estaba junto a
la puerta, en una habitación cuadrada, de paredes pintadas de azul
claro. Las dos camas, estaban separadas por una mesilla de noche y
una alfombra en el suelo. A los pies, había un armario de madera, y
a cada lado de este, en un extremo una pequeña butaca y en el otro
una silla. El techo era de gruesas tablas barnizadas, de color
castaño claro, con cientos de dibujos, que formaban caprichosas
formas, en los espacios donde los nudos habían sido cortados con la
sierra de la carpintería. Para un niño de mi edad, era un mundo
fantástico donde ocurrían mil historias, mientras me quedaba
dormido mirando al techo. La ventana era de dos hojas con el marco de
madera, pintado de marrón, a juego con la puerta. Daba a un patio
donde se tendía la ropa y a un pequeño huerto de frutales y plantas
de jardín, como margaritas y rosas, cerrado por un muro de bloques
de cemento, de un metro de alto, donde solía jugar a la pelota con
mis vecinos.
Esa
noche, mi madre pasó a darnos dos besos, bajó la persiana y apagó
la luz. Mi hermano y yo empezamos a imaginarnos mundos, en la
penumbra, mirando las tablas del techo, hasta que nos quedamos
dormidos, entre susurros.
En
mitad de la noche, me desperté y no podía moverme. No podía hablar
ni gritar, no podía respirar de forma normal. Sentía un peso
inmenso, que me oprimía el pecho y que me hundía en la pequeña
cama con el colchón duro y el somier de hierro. Ahogándome. Mi
cuerpo estaba paralizado y no atendía a los estímulos. Los brazos,
las manos y las piernas, me pesaban como cien kilos cada uno. Un
sonido muy agudo, comenzó en los oídos y terminó extendiéndose
por toda la cabeza y la columna vertebral, en forma de escalofrío y
calambre. Solo los ojos y la mente, estaban activos. Esa sensación
de angustia duró varios minutos, hasta que en uno de los esfuerzos
por moverme, conseguí girar la cabeza y mirar hacia la ventana, que
tenía la persiana bajada y las dos hojas cerradas. Allí, observé
que entre el espacio que quedaba de los cristales y la persiana
exterior, unos diez centímetros, flotaba una llama de fuego,
danzando en círculos y girando sobre si misma. Una llama de fuego,
de unos treinta centímetros, como la de un mechero o una vela
amplificadas. De color blanco, amarillo, rojo y azul. Su luminosidad
llenaba la habitación y pude ver a mi hermano, como dormía, sin
darse cuenta de lo que me estaba ocurriendo. Cerré los ojos y con
otro gran esfuerzo, conseguí elevar mi voz hasta convertirla en un
grito. Cuando volví a abrir los ojos, ya no estaba el fuego. Al
poco, apareció mi madre, encendió la luz y me tranquilizó. Yo
estaba sudando, no lloraba, pero tenía el alma estremecida. Todo se
quedó, en que fue una pesadilla. Pero años después, sucedería
otro episodio, quizás, mucho más aterrador, cuando…”
Dejó
de escribir, en el mismo momento que escuchó la discusión a gritos,
que tenían los jóvenes que seguían quemando lo que pillaban con un
líquido inflamable. Se habían ensañado con una excavadora de
plástico del segundo hermano, uno de sus juguetes favoritos. El
dueño de la maqueta, intentaba apagar la pequeña hoguera pisando
una y otra vez el fuego. Algo que se convirtió en una tarea inútil.
Un destino final, fatal.
-
Es pis de perro y no se puede apagar… jajaja.- Se burlaban de el,
mientras lo rodeaban.
Uno
de los chavales, el que tenía la botella con el líquido que
llamaban “ mexo de can”, pero que en realidad era combustible
fósil, dejó caer un chorro en el pie del niño desesperado. Todo se
prendió al instante, en un fogonazo. El niño comenzó a correr
dando gritos de miedo y alaridos de dolor. Girando sobre si mismo,
saltaba en círculos. Las llamas le llegaban casi a la cintura. A
manotazos intentaba apagar el incendio que cubría sus piernas,
mientras lloraba frustrado, que nadie le ayudase. Los matones, se
dedicaron a huir, uno por uno, en fila india, se fueron por el camino
hacia el monte. Se escuchaban sus carcajadas, entre el crujir de las
ramas secas que pisaban, en su rápida escapada. Creían que así, se
librarían de cualquier bronca. Usarían la mentira para justificar
que ellos no tenían nada que ver con lo que había sucedido. Pues
allí, a esa hora, nunca habían estado. No vieron que alguien era
testigo de toda la escena. Otro niño, que tan pronto vio lo que
ocurría, dejó caer su libreta al suelo y echó a correr hacia su
hermano para ayudarlo. Cuando llegó, apagó las llamas con un jersey
que llevaba atado a la cintura. Agarró a su hermano y lo metió en
casa. Avisó a su madre. Llenaron un barreño con agua y le metieron
el pie, durante el tiempo que tardó en ser avisado y llegar un taxi.
Su madre y su hermano se fueron para el hospital, en la capital, a
cincuenta kilómetros de distancia. El pequeño recogió todo y salió
de casa al camino. Esperó.
Pasada
una hora, la pandilla de energúmenos regresó para averiguar si el
pequeño caminante era un chivato. Lo que se encontraron, en mitad
del camino, no se lo podían haber imaginado en sus vidas. Y no, el
pequeño caminante no era un chivato. El hermano herido, ya se había
encargado de relatarle todo a la madre. El caminante quería
vengarse.
-
Tenéis el cerebro del tamaño de un guisante seco. Entre todos no
juntáis uno entero.- Les espetó el caminante cortándoles el paso.
-
¿Le dijiste a tu madre lo que pasó? ¡Capullo!- intentó
amedrentarlo el líder de todos ellos, que le doblaba en tamaño y
volumen.
-
Por supuesto mamón.- El niño dió un paso hacia delante, asintiendo
la mentira.
-
Te voy a meter una hostia que te voy a poner la cara en la nuca…
por chivato.- Se encolerizó el matón.
-
Inténtalo gilipollas, te invito a hacerlo.- Con los ojos del lobo,
atrapó su total atención.
El
más grandullón avanzó y le propinó un puñetazo en la boca que lo
tiró al suelo. Cuando fue a rematarlo con una patada, el niño se
impulsó desde el suelo y saltó disparado como un cohete, dándole
un cabezazo en el mentón, con tal fuerza, que el abusón cayó
desmayado, con media lengua mordida y dos dientes rotos. Cuando le
atacó el segundo adolescente, se agarró a su cuello y le mordió
con tanta saña la cabeza, la nuca y las orejas, que lo hizo huir de
dolor. Los otros dos chicos, uno era su hermano mayor, se quedaron
quietos. Pasmados, al ver lo que acababa de ocurrir. Solo
reaccionaron cuando vieron que las piedras empezaban a cortar el aire
y a golpear sus cuerpos. Al unísono se marcharon corriendo hacia el
monte, en la misma dirección que su compañero, el mordido. Se
olvidaron por completo del jefe de la banda, que se quedó un buen
rato allí tirado, en el camino, hasta que se despertó por su cuenta
y se fue para su casa herido y llorando. Desde ese día llamarían al
niño caminante “Sultán”. En honor a un perro que había sido
muy conocido, en la comarca, por su fiereza. Desde ese día, se
dieron cuenta, que el pequeño era una piedra. Una piedra, cuyas
raíces de mineral, se incrustan en la profundidad del corazón de la
tierra. Inamovible. Recio. Con el sentido común honesto.
Esa
misma noche, volvieron del hospital. El segundo hijo, tenía el pie
vendado con apósitos húmedos, y estaría con antibióticos, pomadas
y tratamientos, durante muchos meses. Las quemaduras habían sido
serias. Muchas inyecciones. Al final de todo, se curó muy bien. El
cariño y los cuidados de la madre, fueron fundamentales. Todo
quedaría en un mal recuerdo. Entre la familia, en aquellos tiempos,
todo se perdonaba. Eran juegos de niños. El aprendizaje, a base del
jarabe de palo, en los colegios, se mezclaría con el de la letra con
la sangre entra. Silencio absoluto. Todo ocurría fuera de la
protección del hogar y del amor de sus padres. La realidad se mezcla
con brutales imputaciones en la sociedad. La realidad siempre golpea
con mano dura. La prisión está ahí fuera. La lucha eterna de la
consciencia contra la inconsciencia crea las leyes de la obediencia
hacia el sentido común. Eso podría pensarse. La crueldad, estudia
el enfrentamiento al miedo, constantemente. Sentirse solo es la nada
y llenarse de uno mismo, es el todo. Morir por algo o vivir por nada.
Lógica. Aprendiendo a respetar la igualdad en un mundo rico en
diferencias y contrastes. La discreción, no se consigue jugando con
las estrellas. Sospechas y manipulación. Realidades paralelas. Se
reúnen los exploradores de pactos, sin responsabilidades ni tratos
hacia un bienestar común y humanitario. Se prorroga el feudalismo.
Dictaduras en un mundo lleno de libertades. Sobrevivir, jugando con
la ilegalidad. Oposición de constituciones. Contrastes. Parece ser
que los que mas hablan son los que no hacen nada. Leyes que
desconectan. Planteamientos y proposiciones.
-
Buenas noches, hermano, que duermas sin dolor.- Fueron las últimas
palabras de ese día. La noche trajo el descanso del sueño y
valiente el alma, se fue reponiendo. Durmieron.
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