La
distancia que ahogaba el corazón.
Ese
verano, el pueblo que gozaba de la bandera de moda de la marcha de
los noctámbulos, estaba a diez minutos en coche por la autovía, del
Concello de las cinco fronteras. Habían hablado durante un par de
horas, mientras frecuentaban los distintos bares que iban visitando
en la calle de la movida nocturna, de cosas triviales. Se pusieron al
día, entre charlas entrecortadas por las interrupciones espontáneas
del ir y venir de las amigas eufóricas, que se distraían con ella
de fiesta. Todo sucedió de forma imprevisible. Sin premeditación.
Esa noche, se vieron por primera vez, después de estar muchos años
sin contacto de ningún tipo. Coincidieron en la acera, donde la
gente pernoctaba de pie o sentada, con sus manos ocupadas, sujetando
a la pareja, una copa, un cigarrillo o un liado de mariguana. Verse
de nuevo, fue como sentir el primer flechazo de Cupido. Al momento de
saludarse, dándose la mano y los dos besos de cortesía habitual,
decidieron pasar juntos toda la velada. Querían recuperar el tiempo
perdido. Conversar y saber el uno del otro, para ambos, era una
prioridad. Decidieron no mezclarse con el entorno bullicioso de las
pandillas, el alcohol y la cocaína. Todo el tiempo que duró el ocio
con las compañeras en la celebración de la despedida de soltera, se
lo dedicó a el. Al terminar de jugar una partida de billar, se
marcharon a buscar su intimidad cordial y absoluta tranquilidad, al
coche. Querían desaparecer juntos, en un paréntesis de paz. Hacer
de ese momento un interminable recuerdo. Memorias romancistas. El
motor mecánico del cuatro latas, encendió su rugido al ritmo del
acelerador. La radio sonó con las melodías del pop de la década de
los años noventa. Un clásico de Los Héroes del Silencio rompió
los moldes. Los dos cantaron con los trastes del rock ibérico.
Euforia en la alegría de la vida. Realidad de autonomía
sentimental. Conexión, en una entrega verbal sincera. Ambiente de
sentimientos escritos en la conciencia. Salud, entre dos tierras.
Precipitaciones nulas.
Cuando
sintió el húmedo y cálido beso, no se lo creyó. La que fuese el
amor platónico de su infancia, lo había hecho de forma
delicadamente fugaz. Un breve instante que le quedaría grabado en la
memoria durante toda la vida. Aquella deslumbrante mujer, lo había
llevado a un solitario mirador de un famoso monte, donde Valle Inclán
posaba con busto de piedra, bajo el manto de la aurora boreal, para
poder estar a solas y confesarle su secreto más guardado, con total
confianza. Un regalo muy bien aceptado. Un obsequio tan importante,
que la única poseedora era quien elegía a quien donárselo.
Generosamente se lo ofreció en confesión. Humildemente lo disfrutó.
Un tesoro echo añicos. Sentados en el capó del vehículo, se
sujetaron de las manos y se fundieron en un abrazo, mientras los
látigos de las luces de neón, reflejaban su alcance desde la
lejanía urbana. Susurraron un diálogo en el discurso de los amantes
errantes. Ella apoyó su cara en el cuello del hombre, a la par que
lo besaba lentamente y le acicalaba el largo cabello. El, apoyó el
mentón en la frente de la chica y respondió a cada demostración
cariñosa, destapando sus emociones con la sensibilidad de un
caballero. Los enamorados, llenaron su mundo real con la fantasía de
un cuento de leyenda. Sabían, que después de ese encuentro, no
volverían a verse o a estar juntos. Exprimieron cada segundo entre
achuchones, arrumacos, caricias y mimos. Tallaron la felicidad en un
suspiro. Aquel sello, fue teñido con la tinta oscura e intachable
del cielo. Todos los demonios estaban lejos. Eran herméticos. Socios
colaboradores de la empresa solidaria de la empatía, donaron.
-
¿Que nos ocurrió?- Le preguntó el caminante.
-
Las chicas buenas, se enrollan con los chicos duros y rudos, pero se
casan con los hombres finos y delicados.- Bromeó.- Nos fuimos
distanciando por las circunstancias. Tu te marchaste a estudiar a
Sanlucar de Barrameda, en Cádiz. A más de mil kilómetros. No te
volví a ver hasta hoy.- Terminó la frase disgustada, con la
garganta menguante.
-
Si, estuve allí cuatro cursos. En un colegio interno del Instituto
Social de la Marina. Me concedieron una beca y me marché con trece
años. Saqué el graduado escolar de la educación general básica y
el título de Técnico auxiliar de equipos de consumo electrónicos.
Cuando terminé, me puse a trabajar de camarero y en la batea, hasta
que me llamaron para cumplir el servicio militar obligatorio y no
volví a vivir en la aldea. Lástima...
En
pocas semanas, la chica formalizaba las nupcias con su prometido.
Todo parecía que le iría bien. Todo estabilizado. Todo perfecto.
Estaba allí para sacarse una espina que le atravesaba el corazón.
Estaba allí, para decirle adiós a su primer amor. Así, cerraría
ese episodio de un capítulo del libro interesante de su existencia,
para siempre. Entre besos. Un dolor insoportable. Una tristeza que
firmaría un contrato indefinido con la nostalgia. Pero tenía que
ser. Los dos eran conscientes. Reacciones complejas. Puertas que
tienen que dejar de estar entre abiertas, o bien son cerradas o
atravesadas. El vínculo continuaría siempre. Eso no lo cambiaría
ni la distancia ni la falta de comunicación.
-
¿Recuerdas aquella vez que vimos un espectáculo de títeres y
marionetas junto al club de juventudes?.- Comentó el caminante con
suavidad, mientras le apartaba con un dedo el flequillo. Añadió.-
Daban miedo...
-
Lo recuerdo. Me permitiste apoyarme en tu pierna, como si fueses mi
respaldo. Sentí tu timidez y me dí cuenta que me gustabas. Fue muy
romántico, una noche de primavera muy calurosa. Tumbados en la
hierba, bajo la cúpula de los árboles y la iluminación tenue de
las viejas farolas. Éramos demasiado vergonzosos y muy jóvenes. Yo
estaba con mi mejor amiga, pero deseaba sentir tu contacto. Te clavé
el codo en el muslo y ni te quejaste. Cuando terminó la obra de
teatro, nos quedamos a escuchar como nos contabas cuentos de miedo.
Uno que me impresionara, fuera el del hombre que hizo la apuesta en
el bar, con un cazador, de que era capaz de dar tres vueltas
alrededor del cementerio a medianoche. El hombre apareció a la
mañana siguiente muerto de frio, con una rama de zarza sujeta al
hombro. Dicen que el hombre pensó que lo agarraba un muerto y que
con el pánico que le entró, se quedó allí, sin poder escapar ni
mirar que es lo que tenía a su espalda. ¿Que años cumplíamos?.
-
Creo que diez u once… aunque a mí ya me gustabas desde que
coincidimos haciendo la catequesis. Mucho discurrí para poder ir a
tu casa. Al final, me inventé la historia, de que tenía que copiar
a mano El Quijote, solo para poder verte y estar contigo mientras
hacías las tareas del hogar los Sábados por la mañana. Cuando
terminabas, nos íbamos a jugar con los perros, a la hamaca de la
huerta de junto al camino. Era precioso, infantil, ingenuo, inocente…
una aventura. Alumnos, en lo desconocido, fuimos aprendiendo.
-
Era un sueño hecho realidad. Yo ya sabía que lo hacías para verme.
Mira que elegir el libro mas gordo...- La chica comenzó a llorar
entre risitas y estrujó con ternura a su acompañante.- Eras un
encanto, un pirata y un don Juan, además de un escalador de pinos,
eucaliptos, robles y frutales. Muchos nidos tenemos encontrado de
gorrión, golondrinas, abubillas, mirlos, cuervos, urracas, azores,
gavilanes, milanos, lechuzas... Y las culebras y las víboras ya no
se acercaban porque batías la rama de laurel, que también usabas de
lanza, contra el suelo y los matorrales. Nos bañábamos en el río,
buscábamos ranas, renacuajos y tritones en los manantiales y
riachuelos. Visitábamos las casas deshabitadas y en ruinas...
-
La ficción y el arte hace que nos distraigamos de la rutina.- Dijo
para justificar el consuelo que expresaba en ese preciso instante.
Estaba perplejo e hipnotizado.
-
Te puedes morir, intentando vivir. Si lo piensas bien.- Le contestó
con filosofía, al ver que su compañero estaba inmóvil e inerte
contemplándola.
-
Si, pero mezclando la magia y la ciencia, se inventan infinitas
posibilidades.- Le correspondió dando fin a ese diálogo, absorto en
el esplendor que emanaba la reina.
El
caminante la arropó en su pecho. Las lágrimas lavaron los labios,
dándole un sabor salado a los besos que siguieron la escena. Se
sujetaron por el cuello entre caricias, con la suavidad del deseo. Se
miraron sin pestañear. La pasión los envolvió con meticulosidad.
Se anudaron en un pacto, que aunaría su amistad para siempre.
Hechizos inconfesables, enmudecieron las palabras. Se convirtieron en
observadores del vacío, en la inmensidad del universo. Brillantes en
el cosmos, las estrellas fueron espectadoras de una fábula en la
Tierra. Confesiones y fin. Facultades que separan los poderes que
unen. Visiones del pasado.
-
Quiero que sepas que siempre te querré. Te amo como al principio.
Siento por ti un sentimiento tan profundo que nunca seré capaz de
comprenderlo. Te adoro como a un chamán que domina el tiempo. Ahora
mismo me llevas al pasado, cuando jugábamos a los médicos y a las
“casitas”. Cuando éramos cómplices, en los descubrimientos
diarios.
-
Éramos muy creativos, pero también ingenuos. Me entusiasmaba
tenerte cerca. Me quedaba mudo, solo de contemplarte. De día deseaba
estar contigo y de noche dormía para soñar con tu bello rostro. Tu
aspecto es un diseño abrumador. Fuiste mi musa, mi diva, mi ilusión,
mi felicidad, mi mundo, mi alma gemela… me cautivas también ahora.
-
Aún tengo las cartas que me escribías con poemas, guardadas en una
cajita de madera, en mi cuarto de la casa de mis padres.
-
Deberías deshacerte de ellas, aunque me duela decirlo… ahora te
vas a casar.
-
De eso nada… en los momentos más bajos, me gusta leerlas para
animarme y motivarme. Escribías muy bien. Siempre fuiste muy
correcto y dulce. Muy majo.
-
Yo no conservo nada, todo se quedó en la casa del canlón. Hace años
que la vendieron mis padres. Recuerdo que guardaba objetos que
encontraba cerca de tu casa. Piedras de formas extrañas y colores
llamativos. Canicas. Botones que me dabas para que los guardase para
jugar como fichas del parchís, la oca, la escalera, el tres en raya
y las damas. Una foto de carnet firmada y dedicada, que me dieras en
una ocasión, en la fuente de detrás de la iglesia y el cementerio.
Semillas, flores y hojas de plantas secas con los que me obsequiabas
en las excursiones que hacíamos al monte, a la playa, la cantera, la
casa del cura y las arquetas…
-
Tienes muy buena memoria. Al igual que antes, ahora sigues llenándome
de ánimo positivo. Estoy muy nerviosa por lo que está por venir. En
este camino todo son elecciones. Tener el corazón partido para solo
entregarlo a medias, me hace sentir mal.
-
No haces nada malo por sentir lo que sientes. Todo mi ser te desea la
felicidad. Eres una gran persona. Tan inteligente y bonita. Valiente,
decidida, sensible… eres una gran mujer.
-
Una mujer que te destierra a la exclusión total…
-
No pasa nada, lo desconocido, en el amor, es como un rastreo
perspicaz. Si no miras bien las señales, pierdes las pistas para
continuar el rumbo que te gustaría conservar.
-
Como zonas tempestuosas en un mar tranquilo y en calma. En este mundo
tan pequeño, que da un giro y termina en un día… todo se repite.
Todo ocurre bajo un patrón continuo.
-
Piensa en las cosas que vas a tener y crear… hijos, un hogar…
desafíos cotidianos…
-
Protección y compañía. Responsabilidades y obligaciones. Todo es
una fórmula garrula.
-
Son cambios, renovaciones, madurez… entrega. Sacrificio...
-
Si, supongo que cuesta celebrar un nuevo comienzo. Emprender con
ilusión una carrera hacia la formación de una familia… es a la
vez estresante. Mira, ya amanece…
-
Es tarde para ser tan temprano...- Los dos se rieron con carcajadas
de luz astral. Cuando el sol dejó ver su traje entero, se metieron
en el coche e iniciaron el retorno a su tierra.
Decidieron
decirse adiós allí mismo, donde las rocas fueron testigos sordos,
mudos y ciegos. Su escenario lo amenizaron los grillos y el despertar
del entorno. La brisa gastaba su fuerza, runruneando con los
arbustos. Todo, adornado por miles de flores con aromas y colores
personalizados. Rodeados, por la inmensidad de la soledad que ofrecen
los grandes espacios naturales, se pronunciaron. En la altura, casi
oliendo el agua condensada en las nubes, se confesaron en una
peculiar y sentenciada despedida.
-
Se muy feliz.
-
Lo seré.
El
último beso duró lo mismo que un sorbete de fresa de hielo. A la
tarde siguiente, todo volvió a ser la incertidumbre, de siempre,
para los dos. Oír, ver, callar, sentir, reprimir, obedecer… vivir.
La hora de la verdad llegó, para pasar el turno y dejar de escuchar
voces turbadoras. Las decisiones que guían de alguna manera nuestras
acciones, contribuyen a la determinación definitiva de los hechos.
Nuestros destinos están identificados con la absolución o el
castigo. Sería su único y último aniversario. Homenaje al fin de
una historia compleja. En la sede de los dioses, los caprichos, son
fundamentalmente una moneda de cambio, para los efectivos que
suministran los sufrimientos. Con ellos dos, las entes divinas,
conquistaron su primer fracaso. A pesar de ser severos, no hubo
represalias.
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