miércoles, 25 de diciembre de 2019

Lucía en Gundián.

En el día de la Navidad, pasamos por el valle, despacio, mirando por la ventanilla del coche, todas las aldeas que la vista nos permitía antes de incrustarse en el horizonte montañoso. Los prados están de un verde brillante, casi fluorescente y cargados de vitalidad. Alcornoques, Robles, Castaños y Nogales, reinan por todo el territorio. Pinos y Hayas, los custodian. Es un paraje hermoso. Con tonos de luz que transportan a un escenario de fábula. Un sueño en la lucidez. Una maravilla de la naturaleza gallega, que envuelve en su hechizo todos los sentidos, hasta saciar la alegría con sobredosis de felicidad.
Allí, las musas no descansan, porque no necesitan dormir. Alimentan su imaginación, con la bruma puramente oxigenada por las corrientes del río Ulla. Cuentos, leyendas e increíbles historias se escriben en las escarpadas piedras graníticas de los acantilados del mirador de Gundián, que observan todo el entorno con orgulloso y severo porte. Puro cuarzo blanco. Personalidad magnética.
Allí estuvimos en diciembre, el día de la Navidad, para recargarnos de fuertes vientos que guían.












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