En
el día de la Navidad, pasamos por el valle, despacio, mirando por la
ventanilla del coche, todas las aldeas que la vista nos permitía
antes de incrustarse en el horizonte montañoso. Los prados están de
un verde brillante, casi fluorescente y cargados de vitalidad.
Alcornoques, Robles, Castaños y Nogales, reinan por todo el
territorio. Pinos y Hayas, los custodian. Es un paraje hermoso. Con
tonos de luz que transportan a un escenario de fábula. Un sueño en
la lucidez. Una maravilla de la naturaleza gallega, que envuelve en
su hechizo todos los sentidos, hasta saciar la alegría con
sobredosis de felicidad.
Allí,
las musas no descansan, porque no necesitan dormir. Alimentan su
imaginación, con la bruma puramente oxigenada por las corrientes del
río Ulla. Cuentos, leyendas e increíbles historias se escriben en
las escarpadas piedras graníticas de los acantilados del mirador de
Gundián, que observan todo el entorno con orgulloso y severo porte.
Puro cuarzo blanco. Personalidad magnética.
Allí
estuvimos en diciembre, el día de la Navidad, para recargarnos de
fuertes vientos que guían.
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