La
isla del Urco
-
Tiene que ser un helicóptero.-. Comentó el chico más alto y el
mayor de todos.
-
O un globo aerostático…-. Dijo la niña que estaba subida a la
cama de matrimonio, saltando sobre el colchón. Rozaba los diez años.
-
Que va… tiene que ser una avioneta.- Le llevó la contraria su
amiga que la sujetaba de la mano y brincaba con ella entre risas
nerviosas y su melena enmarañada.
-
¿Será un una Rosa?¿Será un Clavel?¿Será la mierda que yo
cagué…?-. Preguntó el más gracioso de la pandilla, que se
situaba sentado al borde del somier, que había quedado al
descubierto, por el ajetreo de las saltimbanquis.
Entre
las carcajadas, se quedaban sin aliento. El contagio era casi total.
Solo uno, guardaba silencio, mientras seguía observando aquella luz
que volaba dando giros en círculos perfectos, por encima de la isla.
Giros limpios y suaves a una velocidad constante, lenta. Hasta que de
repente se quedó inmóvil justo en el centro y comenzó a descender
hacia los árboles.
-
Mirar… lo que hace el platillo volante.-. Habló por fin, el niño
más tímido, peculiar y solitario.
Todo
el mundo se acercó al chaval que había permanecido en el balcón, y
lo rodearon. El aparato se detuvo, muy cerca de las copas de los
pinos más altos. Estuvo ahí varios minutos. Inerte, estático como
un faro que dejó de dar vueltas y apunta en la misma dirección,
siempre. Pasó de ser una luz de color blanca a amarillenta, naranja,
roja, azul y por último verde. La pandilla enmudeció. El objeto
lumínico se desplazó de nuevo, elevándose como un tornado. Parecía
la onda de un pastor, que va a lanzar un guijarro hacia el peligro
que acecha a su rebaño. El objeto de luz, desapareció en el cielo
estrellado a una velocidad impresionante. Sin hacer ruido ni dejar
rastro de humo, en su sigiloso despegue de destellos lumínicos, se
mezcló con los astros y la materia oscura. Comenzaron las
especulaciones y la imaginación infantil abrió sus puertas para
dejar airear la fantástica fantasía. Un momento mágico se había
convertido en una sesión de hipótesis y cuestiones. La jungla de
risas pasó a ser un debate de palabras, en busca del conocimiento.
Acertijos tecnológicos. Ciencias secretas. Investigación. Un mundo
de temas, recorrió el dormitorio vestido con tablas de madera.
Pinceladas de misterios, embadurnaron el ambiente de aquel instante
de la nostálgica infancia.
-
Mi abuela me contó que esa isla era de un general y que se la regaló
a un rey, después de una guerra y una dictadura. Que hay personas
enterradas ahí, que fueron asesinadas y que no se sabe ni quienes
son.-. La niña del pelo negro recogido en coleta, expuso lo que en
una ocasión escuchó, mientras recogía patatas en uno de los
huertos que poseía su familia.
-
A mi, me dijeron que era de una familia muy rica de caciques
terratenientes, y que la tenía para criar caballos, conejos y
cabras. Dicen que vive ahí un señor que cuida de ese lugar, pero
que nadie lo a visto, nunca. Está prohibido desembarcar, si no
dispones del permiso del guardia de la catedral de la capital.-.
Añadió al comentario, el joven pelirrojo.
-
Pues yo se de marineros, mariscadores y turistas que ya estuvieron en
su costa y solo vieron maleza, silvas y tojos. Es un lugar al que van
a desnudarse algunas personas para tomar el sol entre las piedras.-.
Discrepó en voz autoritaria y convincente el más grueso y fuerte.
-
Creo que descubrieron una base militar subterránea, y desde
entonces no dejan ir a nadie ahí.-. Dijo la niña que vestía con un
peto vaquero verde y tenía el pelo corto.
El
debate continuó hasta que la historia del Urco resonó entre todas
las voces y fue rescatada del olvido. El niño más callado habló:
-
Es donde vive el Urco... Un perro lobo que nace de la espuma del mar
que dejan las olas al morir en las playas y acantilados. Sale cuando
la noche es más oscura con un manto de niebla y no hay Luna. Quien
lo mira a los ojos, se muere al instante, por el terror que provoca.-
-
Entonces… ¿como saben que existe?-. Preguntó la chica más morena
de piel, al niño, que contaba la leyenda.
-
Porque lo investigaron hace mucho tiempo. Aparecieron cadáveres
mutilados y descuartizados esparcidos por la costa. Devorados por
algún animal salvaje de grandes proporciones. Cuando les hicieron la
autopsia, no tenían la sangre de las venas, estaban secos. Otras
víctimas ni se sabe, aún ahora las están buscando, y creen que fue
el Urco, el perro lobo del infierno, que se las comió. En esa isla
encontraron una cueva con restos humanos, huesos, cráneos, ropa,
objetos... Se cree que tiene muchas madrigueras y túneles,
esparcidas por toda la comarca, donde posiblemente se encuentren más
restos de gente desaparecida. El Urco afila sus uñas en las piedras
y se pueden ver los arañazos que deja. - Terminó, el orador.
-
Otra gente piensa que tan solo es una historia que nos cuentan a los
niños para que tengamos miedo y no vayamos solos a la playa por las
noches.-. Comentó el chaval de las pecas y el pelo rojo.
En
ese mismo instante, la puerta del dormitorio se abrió de golpe.
Todos los presentes se estremecían, a la vez, que sus cuerpos al
unísono, daban un respingón. El susto fue tan intenso, que paró el
tiempo en una mueca de sorpresa y vergüenza. Pronto empezaron las
risitas y los murmullos. El adulto asomó su cara entre la puerta y
el marco, mientras les comunicaba que fuesen bajando para cenar.
-
Venga es hora de cenar y marchar. Vamos bajando, que tenéis la
comida caliente. Venga, venga… que es tarde.-. Les metía prisa,
para que los miembros de la pandilla infantil, se levantasen del
suelo, la cama y el sillón. Rápidamente bajaron la escalera en fila
india. Cenaron y se fueron a sus casas.
Esa
noche, durmieron asustados. No pensaron, solo sintieron. Recordaron
el terror y en sus sueños lo convirtieron en real, hasta destruir la
razón y crear la pesadilla. Solo uno de ellos se mantuvo despierto,
no dudó en enfrentarse al miedo con los ojos abiertos.
Esa
noche la isla ardió. Las campanas lloraron con aullidos, la muerte
del viento en llamas.
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